Paco, el último hortelano
Evidentemente no es el último, pero sí es de los pocos que quedan por mi zona, por eso mi particular llamada de atención sobre este tema. Ya sabéis que tengo debilidad por las personas que trabajan la tierra: mis abuelos eran hortelanos y de pequeña me crié entre el olor de las matas de tomates y pepinos.
Siempre que estamos en Cuenca, sea verano o invierno, salimos a pasear por la Hoz del Huécar, un paseo delicioso entre rocas y antiguas huertas que empieza debajo del puente de San Pablo y que para nosotros acaba a los 7 kilómetros, en Molinos de Papel.
Ya os he comentado en algún que otro post que Cuenca era un sitio de huertas pequeñas, muchas para el consumo propio y otras para vender en la plaza del Mercado, donde era maravilloso ver a un montón de hortelanos con sus cestas y sus cajas llenas de verduras, patatas y flores. Pero unos vendieron sus tierras a constructoras, y los mayores se fueron jubilando, con lo cual huertas van quedando cada vez menos, muy pocas, y eso que ahora se están volviendo a cultivar por grupos de gente en paro —que ofrecen cestas semanales de verdura ecológica— aunque de momento son muy pocos.
Este año he comido especialmente tomate de plástico. La primera culpable, yo misma, por querer tomar tomates durante todo el año. Cuando yo era pequeña se tomaban de Agosto hasta los Santos, que empezaba a helar, y luego se comían los que se embotaban, que se iban sacando durante el resto del año.
Por eso este año estábamos en casa especialmente deseosos de tomar tomates de Cuenca, de los que ya os hablé en este post. Es un tomate hermoso, carnoso, irregular, terso, rosado, con un sabor especialmente intenso.
Me habían comentado que uno de los pocos hortelanos que quedan cultivando tomate con la semilla auténtica de la zona, cuidada año tras año, era Paco, de Molinos de Papel. Así que me planté en la plaza del pueblo y pregunté por Paco. Una señora que estaba barriendo la puerta de su casa —me encanta esa estampa— me indicó que a unos metros estaba la casa que buscábamos, aunque el probablemente estuviera en su huerta. Y para allá nos fuimos.
Paco llegaba en ese momento con su furgoneta Citroën de hace 36 años, y acompañado de su hijo, que le echa una mano. En el patio de su casa estaba su mujer María y el resto de la familia envasando tomate maduro.
Este hortelano de 75 años, que dice que está bien de salud, y que lo que más lata le da es la boca, con las manos de campo y una sonrisa eterna, nos abrió las puertas de su casa. Su hija, Encarna se ofreció a recoger de la huerta lo que nos hiciera falta, y allí que acabamos todos, a unos quinientos metros de su casa.
Me contaba su hijo Paco, mientras Paco padre enseñaba a mi madre y a mis hijas la huerta y Mc hacía sus fotos, que ellos cultivan patatas, tomates, cebollas, pimientos, pepinos, judías verdes, acelgas y lechugas… Los tomates son los más mimados: de las semillas de las mejores plantas se siembra en ollas en el mes de marzo, y luego, en mayo, se plantan. Y es en agosto cuando empiezan a madurar. Es una planta que puede estar dando sus tomates hasta las primeras heladas.
También me contó que como en casi todos los lados, hay problema de riego, por sequía. Ellos se abastecen de una presa construida hace muchísimo tiempo por una fabrica de hacer calderos. Las huertas poseen un turno de riego que regula la Comunidad de Regantes de Molinos de Papel y Palomera.
Los problemas los tienen con los animales: los jabalíes bajan buscando las raíces de las patatas y destrozando lo que pillan a su paso, y los corzos comiendo lo más tierno del huerto —son muy finos—.
También tienen árboles frutales, que doman, abriendo sus ramas, para que se expandan: ciruelos, manzanos, perales, y hasta un caqui.
También tuvimos posibilidad de conocer como se recolectan los judíos coloraos, típicos de esta zona, y con muy poca producción. Se secan las matas, se arrancan los judíos, se deja que sequen bien, se pelan y se criban.
De vuelta al patio de su casa, entre charla y anécdotas, nos pesaron en su romana lo que habíamos pedido, y nos fuimos tan contentos con nuestras bolsas cargadas de verdura fresca y unos tomates maravillosos.
Para los que nos leéis de la zona de Cuenca y alrededores, a pesar de que la principal cosecha es para consumo propio, os pueden vender lo que tengan, a un precio muy razonable: sólo tenéis que preguntar por Paco en el pueblo.
Y desde estas líneas quiero dar las gracias a aquellos que cuidan la tierra con mimo. Oficio duro y hermoso, y a veces, creo que a extinguir.
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